sábado, 21 de abril de 2018

Barroco: Comentario "El Buscón"


Yo, señor, soy de Segovia. Mi padre se llamó Clemente Pablo, natural del mismo pueblo; Dios le tenga en el cielo. Fue, tal como todos dicen, de oficio barbero; aunque eran tan altos sus pensamientos, que se molestaba si le llamaban así, diciendo que él era tundidor de mejillas y sastre de barbas. Dicen que era de muy buena cepa, y, según él bebía, es cosa para creer.
Estuvo casado con Aldonza de San Pedro, hija de Diego de San Juan y nieta de Andrés de San Cristóbal. Sospechábase en el pueblo que no era castellana vieja, aunque ella, por los nombres y sobrenombres de sus pasados, quiso esforzar que era descendiente de la letanía. Tuvo muy buen parecer, y fue tan celebrada, que, en el tiempo que ella vivió, casi todos los copleros de España hacían cosas sobre ella.
Padeció grandes trabajos recién casada, y aun después, porque malas lenguas daban en decir que mi padre metía el dos de bastos para sacar el as de oros. Probósele que, a todos los que hacía la barba a navaja, mientras les daba con el agua, levantándoles la cara para el lavatorio, mi hermanico de siete años les sacaba muy a su salvo los tuétanos de las faldriqueras. Murió el angelico de unos azotes que le dieron en la cárcel. Sintiólo mucho mi padre, por ser tal que robaba a todos las voluntades. Por estas y otras niñerías, estuvo preso; aunque, según a mí me han dicho después, salió de la cárcel con tanta honra, que le acompañaron doscientos cardenales, sino que a ninguno llamaban «señoría». Las damas dicen que salían por verle a las ventanas, que siempre pareció bien mi padre a pie y a caballo. No lo digo por vanagloria, que bien saben todos cuán ajeno soy della.

el dos de bastos para sacar el as de oros: metía los dos dedos para sacar dinero
faldriquera: bolsillo

 LOCALIZACIÓN 
El texto que vamos a comentar pertenece al género narrativo. En concreto se trata de un conocido pasaje de la novela picaresca española, uno de los subgéneros más singulares que ha conocido la narración en toda su historia. Estamos, pues, ante un fragmento que no es difícil de ubicar: frente a nosotros tenemos el comienzo de la Historia de la vida del Buscón, llamado don Pablos; ejemplo de vagamundos y espejo de tacaños, cuyo autor es Francisco de Quevedo, uno de los más conocidos escritores del Barroco español y máximo representante de la corriente literaria conocida como conceptismo, de la que el texto es un excelente ejemplo.

DETERMINACIÓN DEL TEMA 
El fragmento que analizamos versa sobre un tema muy característico de la novela picaresca: la descripción de los orígenes familiares del pícaro que protagoniza la historia. En este caso, don Pablos, nos describe los orígenes deshonrosos de su familia, sobre todo de su padre.

 ESTRUCTURA 
En relación a la estructura externa del texto, observamos que el fragmento consta de tres párrafos; los dos primeros tienen cinco líneas cada uno y la extensión del tercero es el doble (diez líneas).

En cuanto a la estructura interna, esta la dividiremos en tres partes bien diferenciadas. La primera de ellas coincide con el primer párrafo, en el que fundamentalmente se nos describe al padre de don Pablos y se nos cuenta cuál era su oficio. La segunda parte, que también coincide con el segundo párrafo del texto, se ocupa de la descripción de la madre del pícaro. El tercer párrafo conforma la tercera parte del texto, en la cual se nos describen y narran los "negocios" del padre de don Pablos –y cómo se valía del hermano del protagonista para llevarlas a cabo– y su estancia en la cárcel (aunque bien es cierto que ambas cosas podrían constituir dos secciones bien diferenciadas dentro de la tercera parte).

ESTILO
Es muy significativo que el fragmento empiece con la primera persona del singular: «Yo». Este tipo de recurso, basado en la apelación que alguien hace a otra persona en forma prácticamente confesional, es un rasgo muy común de la novela picaresca, en la que los protagonistas suelen empezar así para relatar el discurso de su vida. En este caso, como sucedía también con el Lazarillo de Tormes, es el propio pícaro el que habla para contar su historia, de modo que el narrador y el personaje protagonista coinciden.

Quevedo juega con la hipérbole para exagerar el parecer que Clemente Pablo tenía de su propio oficio, que en ningún caso admitirá ser el muy humilde de barbero, exagerándolo hasta el punto de convertirlo algo eufemísticamente en «tundidor de mejillas y sastre de barbas». El primer gran ejemplo del uso que Quevedo hace de la connotación y los dobles sentidos lo encontramos cuando hace decir a don Pablos que su padre «era de muy buena cepa». La cepa suele aludir figuradamente al origen honorable de los personas, sobre todo en relación con sus padres, pero dado que la cepa es literalmente el tronco de la vid, de la que se extrae la uva para hacer el vino, Quevedo hace que don Pablos puntualice irónicamente con eso de que «según él bebía, es cosa para creer». En otras palabras: no era a la cepa en sentido figurado sino a la cepa en sentido literal a la que estaba apegado Clemente Pablo, con lo cual se nos dice que el padre de don Pablos, además de un acomplejado con pretensiones de grandeza muy poco acordes con su oficio real, era un bebedor consumado.

En la segunda parte entra el texto a describir a la madre, y para ello Quevedo sigue abundando en prácticamente los mismos recursos que en la primera, aunque notaremos cómo el tono del sarcasmo, de la ironía y de los dobles sentidos va aumentado varios grados de manera desatada. Ya hemos dicho que Aldonza era un nombre de lo más vulgar en la España del siglo XVII (no es casualidad que la Dulcinea de don Quijote fuese en realidad una porquera de La Mancha llamada Aldonza Lorenzo, por cierto), pero en este caso la crueldad sobre el personaje va mucho más lejos: Aldonza lleva, además, el apellido San Pedro, y se puntualiza que era «hija de Diego de San Juan» y nieta de «Andrés de San Cristóbal». En una sociedad dominada por la idea de la limpieza de sangre, este tipo de apellidos siempre fueron vistos con recelo, dado que los judíos adoptaban un apellido cristiano al convertirse a dicho credo para evitar ser represaliados. De ahí la sospecha en el pueblo de que «no era cristiana vieja» (una acusación mucho más grave de lo que hoy podríamos pensar en el momento en que fue concebido este texto). Quevedo subraya la triquiñuela de cambiar de apellido para ocultar un origen converso por parte de la familia de la madre valiéndose, cómo no, de la ironía: incluso dice que pretendía aparentar que era descendiente de la letanía, es decir, ni más ni menos que de los santos. Con ello se subraya una vez más la pretensión de nobleza de uno de los progenitores de don Pablos frente a su condición real: si en el caso del padre el alejamiento se daba entre el nombre con el que se refería a su oficio y su oficio mismo, en el de la madre la mentira tiene un cariz mucho más grave, puesto que si la madre de don Pablos «no era cristiana vieja» y, por lo tanto, entre sus antepasados figuraban evidentemente algunos conversos, esto significa que el propio don Pablos tampoco puede presumir de tener la limpia según la complicada concepción genética y religiosa del siglo XVII. Más aún, Quevedo nos dirá sin mencionarlo explícitamente que esta Aldonza de San Pedro era, además, prostituta. Para ello se vale de una imagen muy ingeniosa aunque devastadora: si los copleros cantan la belleza de las damas, especialmente de las de noble cuna, la madre de don Pablos fue tan «celebrada» (es decir, conocida entre gentes de moralidad dudosa, como tenía fama de serlo la farándula de los copleros) que casi todos hacían cosas «sobre ella». La preposición sobre, como sabemos, puede tener una doble acepción: puede significar acerca de o puede, como en realidad Quevedo deja ver maliciosamente en este caso, significar literalmente encima de. El tipo de cosas, por lo tanto, que hacían los copleros de España sobre / encima de Aldonza de San Pedro no era precisamente del género relacionado con la poesía.

En la tercera parte encontramos la expresión «metía el dos de bastos para sacar el as de oros». En otras palabras, Quevedo recurre a un símil con el juego de las cartas para decirnos, probablemente, que Clemente Pablo era muy hábil en el difícil arte de la estafa. Fiel a su costumbre, Quevedo nunca dice las cosas literalmente: así vuelve a recurrir a la fraseología para contarnos cómo el hermano de don Pablos les sacaba «los tuétanos de las faldriqueras» a los clientes de la barbería del padre, mientras éste los mantenía distraídos para que no se dieran cuenta.

No puede, por tanto, sino ser irónica la alusión al hermano como «angelico» justo después de describirnos su colaboración con los delitos del padre. Es más, el «angelico» no estaba precisamente cantando en el cielo, sino recibiendo unos azotes en la cárcel que le hubieron de costar la vida.

Y así llegamos al último párrafo. La narración de la vida delictiva («niñerías», dice el narrador como quitándole importancia) de Clemente Pablo culmina, como no podía ser de otra manera, con su estancia en la cárcel. El uso de la ironía llega su cenit aquí: si desde el principio se nos venía avisando de que el padre de don Pablos tenía unas pretensiones de honra (en el sentido de honra nobiliaria) que por su bajo nacimiento no podía alcanzar, ahora al fin se presenta con dicho atributo – y ahí tenemos una genial paradoja– tras su estancia en la cárcel, puesto que a la salida le acompañan doscientos cardenales, ( el cardenal es uno de los más altos eslabones dentro de la jerarquía eclesiástica), Quevedo juega con el doble sentido de la palabra cardenales, que no son los que llaman «señorías» (los eclesiásticos, en suma) sino los moratones que tenía en su cuerpo tras los azotes recibidos.

Para rematar la ironía, presume don Pablos de que las damas salían a las ventanas para ver a su padre a caballo porque siempre tuvo muy buena presencia en esa disposición. Aparentemente es la estampa de un caballero la que tenemos ante nuestros ojos, pero el paseo a caballo de Clemente Pablo no se debe a su gallardía sino a la humillación de ir preso por la ciudad para que todos puedan ver los azotes que ha recibido por sus hurtos, convirtiéndose su propia imagen en la advertencia ejemplarizante para todos los ladrones de Segovia. Una vez más, es con el doble sentido y la connotación de una expresión, en este caso ir a caballo, con lo que juega el texto. Un texto que remata con una contradicción, dado que don Pablos ha expuesto unos orígenes familiares de lo más deshonroso para la época y lo ha rematado diciéndonos que no quiere presumir, ya que es ajeno a la vanagloria (en el resto del libro se demostrará que nadie queda más lejos de una afirmación así, por cierto). Como dijimos en clase alguna vez, todo el texto es una sucesión de expresiones cargadas de dobles sentidos. Y, ante la duda, si se trata de Quevedo siempre vale aquello de «piensa mal y acertarás».

CONCLUSIÓN 
La vida del buscón llamado don Pablos, ejemplo de vagamundos y espejo de tacaños, es sin duda el mejor referente dentro del género de la novela picaresca. Responde a la perfección a las características esbozadas un siglo antes en el Lazarillo, pero incorpora elementos que enriquecen la figura del pícaro y que contribuyen a que el género alcance su plenitud.
Es cierto que, más allá de la narración divertida, su lenguaje a veces nos resulta un tanto extraño y que las imágenes que utiliza Quevedo no siempre son fácilmente comprensibles. Pero esto es el Barroco y, más concretamente, esto es el conceptismo. 


Fuentes:
 http://www.juangarciaunica.com/Documentos/Comentario%20resuelto.pdf
https://trabajosdeliteratura.wordpress.com/2016/07/27/una-lectura-facil-del-buscon-de-quevedo/

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