jueves, 15 de febrero de 2018

Sobre las "portavozas"

ARTÍCULO 1:

Sobre las portavozas

Crear palabras nuevas está en la naturaleza misma del idioma y en la capacidad lingüística de sus hablantes. Todos creamos palabras nuevas constantemente. El meollo lingüístico reside en que la palabra portavoz no es igual a otros términos ya feminizados como arquitecto.


El «portavoces y portavozas» que pronunció Irene Montero el martes pasado se ha convertido sin duda en el tema lingüístico de la semana. En los últimos días hemos asistido a una avalancha de declaraciones, polémicas, reivindicaciones y burlas en torno a la forma portavoza, además de al ya tradicional aluvión de preguntas que reciben los siempre sufridos servicios de consulta de la RAE y Fundéu cada vez que se monta una tangana lingüística.
Vaya por delante que la polémica sobre portavoza es al debate gramatical lo mismo que el vestido de Pedroche a los debates sobre feminismo. La situación en la que se produjo el momento portavozas es un escenario artificial creado con el objetivo de atraer atención mediática y generar una polémica sobre un asunto socialmente candente (el lenguaje inclusivo). En cualquier caso, como en el caso de los vestidos de Pedroche, resulta muy elocuente ver las pasiones que despierta este tema y comprobar la susceptibilidad con la que algunos han recibido el término.
                          | Elena Álvarez Mellado (eldiario.es, España)



ARTÍCULO 2  

Sobre 'pilota', 'portavoza', 'miembra' y otros femeninos



La portavoz en el Congreso de Unidos Podemos, Irene Montero
La portavoz en el Congreso de Unidos Podemos, Irene Montero



"De vez en cuando los políticos sacuden la conciencia normativa de los ciudadanos con la propuesta de femeninos rupturistas. Así ocurrió con jóvenas, miembra y, estos últimos días, con el uso de portavoza. En tales casos, se producen debates intensos, incluso encarnizados, que, con independencia del costado al que se incline la razón, denotan una saludable preocupación por la salud y pureza de la lengua. Todos hemos interiorizado en los años de formación, primero, y, luego, a lo largo de toda la vida, una preocupación por las normas de la corrección (el recte loquendi del que hablaban dos gramáticos hispánicos de relieve universal: Quintiliano y Nebrija). Es normal asimismo que, en el fragor de la discusión, los ciudadanos airados giren la mirada hacia los gramáticos y hacia los académicos pidiendo una condena inquisitorial ("crucifícalo, crucifícalo"). Las personas menos airadas, pero sorprendidas, solicitan una aclaración: "¿Está bien dicho?".

En las discusiones sobre la corrección de una forma o de una expresión lingüística conviene diferenciar dos conceptos: el sistema y la norma. El sistema es el marco formal que establece las posibilidades de variación o de combinación que permite la lengua. Muchas de esas posibilidades no están aplicadas o explotadas por el uso, a causa de diferentes razones. La norma recoge lo que en un momento dado los hablantes consideran correcto. El sistema es estable, cambia con extrema dificultad. Sin embargo, la norma es variable, tornadiza. Depende de la valoración del pueblo.


Pongamos algunos ejemplos. El sistema de la lengua nos dice que el femenino de sustantivos de profesiones se forma morfológicamente añadiendo la desinencia -a al masculino. Sin embargo, por diversas razones (muchas veces relacionadas con la realidad social), esa posibilidad del sistema no siempre se realiza. En las Cortes de Cádiz el término diputado era masculino y solo designaba a varones, pues la mujer no podía ser elegida parlamentaria. Cuando alcanza este derecho, el término diputada, perfecta según el sistema de la lengua, chocaba con la costumbre, con la norma, por lo que se prefirió durante algún tiempo diferenciar el sexo solo a través del artículo (el diputado/la diputado). Más tarde, el uso generalizará la forma femenina y hoy decimos con toda naturalidad diputada.
Más cercano tenemos el caso del arbitraje. En la dirección de los partidos de fútbol y de otros deportes, en un principio solo teníamos la forma árbitro. Cuando acceden las mujeres a esta profesión, al principio la norma de los hablantes (guiada por la costumbre) rechaza el femenino árbitra, que es perfecta según el sistema de la lengua. Se acudía la forma común: el árbitro y la árbitro. Pero pasó el tiempo, y hoy hemos incorporado el femenino árbitra con toda normalidad.
En ocasiones, posibles femeninos, formados siguiendo las normas de la lengua, encuentran restricciones a causa de prejuicios sociales o corporativos. Los femeninos jueza y fiscala, bien construidos, sufrieron (y a veces sufren) rechazo normativo, hecho que ya no ocurría con abogada, catedrática ni magistrada. Otro caso de rechazo corporativo de femeninos perfectamente formados es el de los grados militares: sargenta, tenienta, caba, soldada...
Un resumen de lo hasta aquí expuesto, sería aconsejar que, cuando se presente un problema en la formación de un femenino de profesión, lo mejor es atenerse al sistema, ya que la norma "è mobile". Abundemos ahora en un caso reciente: el femenino de piloto. Dado el escaso número de mujeres que intervenía en competiciones automovilísticas o en la dirección de vuelo, la palabra piloto no había desarrollado la forma femenina que le permite el sistema de la lengua. Era un término común en cuanto al género: el piloto y la piloto. Cuando aparece el femenino la pilota y las pilotas surgen el escándalo o la inquietud. Existen dos tipos de preguntas: una se dirige a la norma ("¿Es correcto decir la pilota?"); la otra se dirige al sistema de la lengua ("¿Está bien formado el femenino la pilota?"). A la primera se responde: en la norma actual, el uso sancionado como correcto por la mayoría hablantes es el piloto-la piloto.


Sin embargo, la respuesta adecuada a la segunda pregunta es que el femenino la pilota está bien formado según el sistema de la lengua. Así se han creado múltiples femeninos de profesiones que, en un principio, pudieron resultar extraños, pero que hoy nos son familiares: bombera, bedela... Y, aunque algunos oídos rechinen, ya se está asistiendo al uso de obispa, ujiera... también formados correctamente según el sistema de la lengua.

Vayamos ahora con la segunda parte: ¿Y no existen restricciones en la aplicación de esta regla de formación en los femeninos de profesiones? Sí existen, pero no son absolutas.
Veamos, en primer lugar, el femenino miembra. ¿Está bien formado según el sistema? La respuesta es positiva. ¿Está aceptado por el juicio normativo de los hablantes? La respuesta es "aún no". La causa del rechazo proviene de las connotaciones. Resulta que los femeninos de sustantivos que designan individualidades suelen venir cargados de asociaciones negativas: así ocurre con tipa, individua, elementa, fulana, prójima, e incluso socia. Sería difícil que miembra se librara de una connotación peyorativa.
Por las redes ha circulado estos días una crítica mordaz a los ignorantos e ignorantas que forman femeninos de antiguos participios de presente: no decimos cantanta, escribienta, atacanta, etc. Esta es, efectivamente, una de las restricciones originarias en la formación de femeninos en -a, pero no una restricción absoluta. En el inicio de la lengua se decía la infante, la parturiente, la sirviente; pero hoy se han generalizado la infanta, la parturienta, la sirvienta, la presidenta, la gobernanta, la clienta, la intendenta, la gerenta... Que no se digan aún cantanta, estudianta, videnta... es cuestión de norma, es decir, de aceptación de los hablantes (hecho mudable), no prohibición del sistema.
Algunas terminaciones de sustantivos presentan alguna resistencia a la creación de femeninos en -a, pero, como en los casos anteriores, la resistencia no es absoluta. No se usa cancillera, crupiera, sumillera, pero tenemos normalizado bachillera. Junto a lo extraño de alféreza, hallamos jueza y aprendiza.
En cambio, sí parece representar una ruptura del sistema el femenino portavoza, al menos mientras se mantenga la conciencia de que se trata de una palabra compuesta, formada por la unión de porta y de voz (que ya es femenina y no designa persona). Pero tampoco en este caso quiero sentar cátedra. La lengua es caprichosa. En la calle he oído más de una vez el femenino guardiacivila.

Salvador Gutiérrez Órdoñez es catedrático de Lingüística, miembro de la RAE y consejero de Fundéu  (10/02/18 El Mundo)

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