viernes, 15 de febrero de 2019

¿Estamos infoxicados?

¿Y SI ESTÁS 'INFOXICADO'?

Programas de radio, publicidad multiformato, televisión, diarios digitales o aplicaciones que nos conectan con todo lo conectable. El flujo de información que recibimos a diario nos bombardea con todo tipo de estímulos. Ha ido creciendo con el paso de los años y el desarrollo de diferentes tecnologías. Internet trajo consigo un aumento significativo de la cantidad de información que manejamos y, años después, los dispositivos móviles doblaron la apuesta. Ya no basta con consumir mensajes compulsivamente, ahora lo hacemos de manera simultánea a través de dos o más canales. Esa información que lo impregna todo, de un modo u otro, acaba por provocar efectos en nuestra conducta: ansiedad, estrés o falta de concentración. Es lo que se conoce como infoxicación, una intoxicación por exceso. Hoy comienza en Sevilla el primer congreso internacional que estudia el concepto, dirigido por el catedrático de la Universidad de Sevilla Ramón Reig.

El término es reciente. Lo acuñó un empresario catalán, Alfons Cornellá, fundador de la empresa de innovación Infonomia y uno de los ponentes del Congreso. Aunque antes hubo autores que usaron conceptos en la misma línea, el desarrollo de las tecnologías ha hecho que el fenómeno crezca con fuerza. Y lo ha hecho, además, en ambas direcciones. Recibimos y emitimos más. “El ancho de banda, en términos genéricos de cantidad de información que recibes por unidad de tiempo, no para –y no parará– de crecer”, explica Cornellá en la web de Infonimia, “los estímulos que recibiremos en forma de e-mail, audio, vídeo, teléfono, mensajería instantánea, feeds, etc., crecen descontroladamente. Cada vez es más barato enviar un bit a donde sea”.

Cornellá defiende que la atención que prestamos es inversamente proporcional a ese ancho de banda. La infoxicación nos hace dispersos. Leer un libro y estar al mismo tiempo pendiente de las notificaciones de un smartphone. Ver un programa de televisión y lanzar mensajes en 140 caracteres. Somos incapaces de copar todos los frentes y mantenernos concentrados. Recibimos muchos estímulos, muy distintos entre sí, pero nuestro tiempo es finito, lo que genera estados de estrés y ansiedad, algunos de los efectos colaterales que se atribuyen a la infoxicación. El psicólogo inglés David Lewis le puso nombre en 1996 en un artículo titulado Dying for information? (¿Muriendo por la información?): El síndrome de fatiga informativa.  ”Instintivamente queremos saber muchas cosas. Si nos ponen a nuestro alcance unos medios de comunicación que lo permiten, entramos en un estado de ansiedad”, explica Reig.

Tener barra libre informativa a nuestro alcance no es necesariamente sinónimo de conocimiento. “El conocimiento llega con la organización del puzzle”, asegura Reig, “un montón de datos infoxicativos. Hasta que no ordenes eso, no tienes conocimiento”. Una abundancia a la que se atribuye, además, una pérdida de sentido crítico, hueco que se aprovecha interesadamente -la censura por hiperinformación de la que habló Umberto Eco-.

El director del congreso añade un elemento más a la fórmula de la infoxicación: el aislamiento.”La persona se curte en competencia con los demás, no con una máquina”, dice, “te produce una confusión mental que repercute en tu rendimiento, incluso en el laboral”. “Esa hiperinformación te mete en una especie de útero, en el claustro maestro de la cibertnética. Tienes que salir al exterior”.

El fenómeno esconde, no obstante, una vertiente positiva. Ante una oferta amplia de información, muy diversificada, el consumidor elige a qué tipo de contenidos accede. “La información es buena, el reto está en administrarse. Hay un momento para cada cosa y hay que seleccionar”, explica Reig, “¿Qué web interesa? ¿Qué medios? ¿Qué mensajes de qué persona me interesan? Son los nuevos retos mentales que tiene el ser humano por delante”. “Hay que diseñar instrumentos para reducir el ruido informacional que recibimos, y aumentar la productividad del tiempo de atención de que disponemos”, coincide Cornellá.

La solución pasa por acatar el problema desde la base. La educación es la clave para aprender a consumir información y evitar sus efectos colaterales. Una formación necesaria también para los educadores, a todos los niveles, que tienen la llave para desarrollar patrones de conducta que permitan a enfrentarse a la información con garantías. “Hay que coger al toro por los cuernos. Este es el presente, no hay que huir. Empecemos por los planes de estudio en los colegios”, defiende Reig, que apuesta por incluir asignaturas específicas de comunicación en el currículo académico e incorporar el buen uso de la tecnología al aula. “Es como la Real Academia. Si se utiliza mucho, incorporémoslo al diccionario”. El congreso que comienza hoy en Sevilla – por el que pasarán expertos de varios países y nombres como los del periodista Pascual Serrano o la psicóloga Olga Bertomeu- aspira a descifrar algunas de las claves del fenómeno y comenzar el proceso.

(Fuente: andaluces.es)


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